sábado, mayo 29, 2010

Reseña: Piraña (1995)

No está de más recordar, ahora que la ocasión lo amerita, que la versión 3D de Alexandre Aja no es el primer remake de Piraña (1978) que nos ha llegado. Casi por debajo de la mesa pasó esta versión de 1995 hecha para la televisión, y que al igual que la original está producida por Roger Corman con su habitual estilo mercenario de realización. Poco interés, sin embargo, puede despertar más allá de ser una curiosidad, ya que Piraña (1995) es prácticamente un calco escena por escena de la original, aunque con un tono menos dado al humor. El argumento, eso sí, es casi igual, hasta el punto en que incluso recicla si ningún tapujo metraje de la cinta de Joe Dante, muy a pesar de los notables avances técnicos ocurridos entre los casi veinte años que separan una versión de la otra.

Tal como decíamos arriba, el argumento es casi idéntico: una investigadora privada y un solitario escritor liberan accidentalmente un cardumen de pirañas modificadas genéticamente, las cuales se dirigen sin piedad río abajo hasta llegar a un resort veraniego que está a punto de ser inaugurado, con el consecuente desastre. Las diferencias entre ambas versiones son escasas; un par de personajes clave son ahora femeninos (incluyendo el científico que cuidaba de las pirañas) y la subtrama de los agentes del gobierno ha sido eliminada en favor de un mayor protagonismo del bastardo corporativo dueño del resort. Asimismo, la película intenta actualizar su contexto al hacer del experimento de las pirañas un proyecto abandonado tras el fin de la Guerra Fría y el desalojo de los republicanos de la Casa Blanca, el único momento en que este remake deja entrever un comentario abiertamente político.

Muy dentro del alcance de esta versión, el elenco está conformado por actores principalmente televisivos como William Katt o Alexandra Paul (inconfundible actriz irremediablemente asociada a los años noventa). Incluso aparece una joven Mila Kunis de 12 años. El poco lucimiento del elenco muestra cómo en general esta nueva Piraña se siente muy desganada en comparación con la primera o incluso la segunda, aunque es cierto que presenta un número considerable de despelotes y gore para tratarse de un producto televisivo. No es esto algo que juege mucho a su favor, ya que los efectos especiales son, por decirlo de alguna manera, bastante cutres y en ocasiones involuntariamente cómicos como esa escena en la que William Katt examina una piraña de treinta centímetros o la imagen de un hombre al final sentado en el césped como si nada a pesar de que tiene las piernas literalmente reducidas a informes pingajos sanguinolentos. La trama se mueve rápidamente siguiendo casi al dedillo el camino trazado por la original, pero el humor de la película de Joe Dante parece haber sido puesto a un lado, lo cual es un grave error. Incluso el cabronazo dueño del resort es pintado con el matiz trágico de un hombre acorralado, dando al clímax final un tono algo deprimente.

A final de cuentas, esta Piraña noventera es un producto sin mucho interés más allá de pequeños momentos de explotación que por otro lado son comunes en gran parte del cine serie B de esta década en particular. Su existencia se explica (sospecho) únicamente como parte de una moda breve que surgió a mediados de los noventa de realizar versiones televisivas más o menos afortunadas de la obra de Roger Corman, moda que incluyó versiones contemporáneas de otras películas suyas como La mujer avispa (1995) y Un cubo de sangre (1995). Esta que tenemos hoy entre manos no deja de ser una repetición innecesaria y una actualización que en el fondo nadie pedía, ya que incluso en los mejores momentos de esta nueva versión uno desearía estar viendo la original.

jueves, mayo 27, 2010

Reseña: Piraña 2 (1981)

Bautizada en España añadiendo un curioso subtítulo, Piraña 2: Los vampiros del mar (1981) fue vendida como la continuación de aquel maravilloso exploit de Joe Dante de tres años atrás, muy a pesar de no contar en esta ocasión con el director o con las labores del productor Roger Corman. En realidad, estamos ante lo que se llama una "falsa secuela", una producción italiana que buscó aprovechar la popularidad de la película de Dante haciéndose pasar por una continuación que no es tal. No sólo el argumento no tiene nada que ver con la primera parte, sino que encima la misma película reconoce que los voraces peces que atacan a los protagonistas ni siquiera son realmente pirañas sino un cruce entre el pez gruñón y el pez volador. Dicha aberración genética es el resultado (otra vez) de un experimento del gobierno que por motivos que no vienen al caso va a parar a un apacible complejo turístico al borde del mar, donde los engendros causan estragos gracias a una inesperada nueva habilidad: ahora las muy condenadas aparte de nadar vuelan.

Más allá de esta alocada premisa (y sus en ocasiones hilarantes resultados), Piraña 2 es famosa hoy en día por ser el debut como director de James Cameron, quien también creo a las "pirañas" y escribió el guión bajo el pseudónimo de H.A. Milton. Pero en realidad, si hay un nombre que pueda tomarse como el verdadero padre de esta falsa secuela es el del productor Ovidio G. Assonitis, quien supervisó celosamente el rodaje y mantuvo a Cameron completamente bajo su control, hasta el punto de prohibirle ver su propio material y negarle la posibilidad de montar la película, lo cual causó severos conflictos durante la producción y sin duda contribuyó al celo obsesivo con el que James Cameron ha controlado toda su obra desde entonces. El mismo director suele, incluso hoy en día, renegar de esta película a pesar de que en ella ya se perfilan muchas de las constantes que aparecerían más tarde en otras de sus obras, como las largas tomas submarinas, una mujer fuerte como protagonista o incluso la presencia del actor Lance Henrikssen, quien de todo el elenco es quien tendría la carrera más fructífera.

De todas formas, anécdotas de rodaje aparte, Piraña 2 sigue siendo en el fondo una serie B menor incluso para los estándares de la original; todo en ella destila el modo de operación de similares producciones italianas de la época, sobre todo esa estética granulosa y mal iluminada y la falta de sincronización entre las voces y los labios de los actores, muchos de ellos de origen italiano. Hay un intento por parte de la película de reproducir el esquema mostrado por Dante años atrás, pero salvo una similar estructura dramática (en la que no falta tampoco el rastrero dueño del hotel que prefiere arriesgar las vidas de todos antes que dejar de ganar sus dividendos) este es básicamente un producto de explotación hecho con prisa. Incluso el sentido del humor del que hace gala es en ocasiones muy bajo. De hecho los mayores momentos cómicos son involuntarios, como por ejemplo cualquier aparición de los infames peces voladores de boca permanentemente abierta.

El nivel de explotación es, eso sí, mucho más alto; en este sentido la película abre de manera inmejorable con una escena de sexo subacuático que es mortalmente interrumpida por los hambrientos peces mutantes, quienes luego no vuelven a aparecer durante casi media hora. Al igual que en la primera entrega, los bichos en cuestión salen muy poco en pantalla debido a las limitaciones de presupuesto (aunque su presencia es mayor que en la primera parte), pero una vez que aparecen está claro que nadie se encuentra a salvo. La verdad es que la película mejora mucho después de la primera mitad incluso con su tendencia a llevarnos por subtramas que no parecen tener mucho que ver con la historia principal, como los empeños de una mujer por ligarse a un doctor o una escena de sexo entre adolescentes (espectacular la jovencita, debo decir) que parece una parodia moderna de La laguna azul (1980). Pero muy a pesar de todas sus evidentes limitaciones, Piraña 2 sigue siendo una secuela que consigue capturar al menos parte de las modestas intenciones de la original. Nunca llega a ser tan redonda o divertida como la de Joe Dante, está llena de momentos baratos, y hoy en día su premisa de pirañas voladoras es motivo de más de un (merecido) chiste cruel a costa de sus intenciones como película de terror, pero como acompañamiento ligero de la primera parte tiene su indudable encanto.

martes, mayo 25, 2010

Reseña: Piraña (1978)

Una revisión es más que suficiente para darnos cuenta de que Piraña (1978) es no sólo una de las más divertidas películas de monstruos de finales de los setenta, sino también una de las más sobresalientes y recomendables producciones de la carrera de Roger Corman, quien puso al mando de esta cinta nada menos que a su alumno más aventajado, Joe Dante, quien debuta aquí como director. La película es también, junto con Orca (1977) uno de los más famosos exploits de Tiburón (1975), algo hecho sin complejos y de forma plenamente consciente, como demuestra la máquina recreativa de dicha película que sale al principio. De hecho los estudios Universal se plantearon demandar a los responsables de Piraña por plagio, y si no lo hicieron fue porque el propio Steven Spielberg se declaró públicamente fan de la película.

La huella de la cinta de Spielberg es evidente al repetirse aquí el mismo esquema en una escala más modesta, partiendo de la base de un cardumen de pirañas modificadas genéticamente como parte de un proyecto abandonado del ejército de Estados Unidos y que consiguen escapar de su cautiverio para dirigirse a un resort veraniego al borde de un lago. A la amenaza de las pirañas se suma la incredulidad de las autoridades y, sobre todo, de los dueños del resort que no desean poner en peligro sus ganancias económicas. Es, como podemos ver, un argumento muy similar al de la famosa cinta del escualo asesino, a excepción de la subtrama de los personeros del gobierno que da a la película una capa ecologista y antibelicista muy a tono con el discurso transgresor de la época. La otra gran diferencia reside en el tratamiento abiertamente cómico que tiene la película; Piraña se mueve muy inteligentemente entre el terror, el gore (sutil en comparación con otras producciones de la época pero presente) y un sentido del humor muy bien llevado. Esta tendencia a la comedia no impide que la película tenga momentos de una crueldad inusitada (algunos de ellos hasta involucran niños) pero incluso así nunca llega a ponerse demasiado seria, lo cual es algo típico de Joe Dante, quien muchas veces ha manifestado no sentirse cómodo con el horror puro.

A las pirañas como tal las vemos muy poco. Es más el caos que producen y la sensación de que algo se mueve bajo el agua lo que nosotros como espectadores percibimos, lo que crea una tensión muy interesante en esos personajes que evitan a toda costa posar sus carnes bajo la superficie del río. La reticencia a mostrar a las pirañas es algo que sin duda parte de las limitaciones de la película en cuanto a presupuesto, pero está resuelto de forma muy inteligente y es otra de esas situaciones en las que la carencia de medios funciona como estimulo perfecto a la creatividad del director (otra semejanza con Tiburón, podríamos decir). Por fortuna el énfasis que Dante da a los personajes está respaldado con un trabajo actoral bastante bueno que no se limita a los dos simpáticos protagonistas sino también a los secundarios, donde vemos a varios actores recurrentes de anteriores trabajos de Roger Corman como el siempre presente Dick Miller o Barbara Steele, quien sobreactúa gloriosamente en cada uno de los minutos que está en pantalla.

El clímax final de caos en el resort es uno de los pocos momentos en los que la cinta se deja llevar por el camino del impacto, pero incluso esta secuencia está realizada con mucha clase. Ahora que estamos a punto de tener en nuestras manos el remake de Alexandre Aja, revisitar esta opera prima de Joe Dante es una muy buena idea, sobre todo teniendo en cuenta que se realizó con un alcance mucho menor que el blockbuster de verano que está a punto de estrenarse. Más allá de su condición de semi-plagio de Tiburón, no está de más recordar que Piraña es ante todo una gran película de ese género de "la naturaleza contra el hombre" que sabe tomarse su premisa con ligereza y sentido del humor y aún así sacar de ello una cinta redonda y efectiva, que es más de lo que se puede decir de la mayoría de subproductos autoconscientes que suelen escudarse tras la excusa fácil de la parodia.

domingo, mayo 23, 2010

3 veces Piraña

Que Piraña 3D (2010) de Alexandre Aja se perfila como uno de los mayores placeres veraniegos de este año es algo que está claro. Y esta vez, aprendiendo de errores anteriores, hemos decidido ponernos a tono con suficiente tiempo de antelación. Es por eso que la próxima tríada de reseñas estará destinada a cubrir las tres películas existentes de esta saga que recibe ahora el lavado de cara de las tres dimensiones. Nos servirá para cubrir la acostumbrada cuota de transición y, en mi caso particular, para dejarme el necesario tiempo de luto tras el final de Perdidos. Si quien lee esto siente una particular debilidad por exploits de Tiburón (1975), científicos amorales y mucha, mucha carne de por medio, hará bien en ponerse al día para revisar Piraña (1978), de Joe Dante, Piraña 2 (1981), de James Cameron y Piraña (1995), de Scott P. Levy, un menos conocido remake televisivo de mediados de los noventa que fue producido por Roger Corman, padre también de la original. Así que, como siempre, nos veremos en un par de días.

viernes, mayo 21, 2010

Reseña: Pesadilla en Elm Street (2010)

La nueva Pesadilla en Elm Street (2010) es probablemente uno de los remakes de terror en los que menos esperanzas tenía. Sus responsables se hallaban ante el "reto" que supone hacer una versión de una de las cintas de terror más icónicas y reconocibles de los ochenta (o de cualquier década, a decir verdad), y cuyo protagonista estaba asociado irremediablemente a la imagen de un actor específico. Además, aparte de ser este el quinto remake de un clásico realizado por la Platinum Dunes, en esta ocasión la ventana de tiempo con la que trabajaban era muy breve; apenas veintiséis años separan a esta película del original de Wes Craven, el cual todavía se mantiene vigente después de todo este tiempo. El resultado es una cinta que lucha entre su propósito de hacer algo nuevo con Freddy Krueger y la supuesta necesidad de complacer también a los seguidores de la saga al hacerla fácilmente reconocible a aquellos que ya han seguido todas las andanzas del personaje en esta su novena aparición. Es esta diatriba lo que al final termina perjudicándola un poco.

Una de las peores sensaciones que me había dejado el avance y material publicitario de esta nueva Pesadilla en Elm Street era la aparente imposibilidad por parte de sus responsables de alejarse del camino seguro ya trazado por Craven hace más de dos décadas. El argumento varía muy poco, y la premisa del asesino con dedos de cuchillos que acosa en sueños a los hijos de aquellos que le quemaron vivo años atrás se repite nuevamente. En ese sentido es exactamente igual y mantiene la premisa que caracterizó a Freddy durante tantos años. Hay una diferencia narrativa, sin embargo, que separa a este remake del resto de los slasher films y que reside en su carácter episódico: no hay realmente un protagonista en el sentido clásico de la palabra, ya que la película va siguiendo el punto de vista de cada una de las víctimas de forma consecutiva hasta que muere, cambiando entonces el enfoque de la trama a otro de los jóvenes de Springwood. No hay grandes sorpresas en cuanto al destino de estos chicos y sus equivalentes de la original, pero se agradece este pequeño cambio. Hay también al menos una voluntad por parte de sus responsables de volver a hacer de esta una película de miedo, lo cual es loable tras una saga que en sus últimas encarnaciones era más dada a la autoparodia.

Pero a más allá de semejanzas argumentales y la ya muy predecible estética cuidadamente sucia que caracteriza a estas nuevas versiones, el verdadero desafío está en la figura de Freddy Krueger, quien es por primera vez interpretado por otro actor. A decir verdad, Jackie Earl Hailey no hace un mal trabajo. Su Freddy, a pesar de que es visualmente muy parecido (tal vez demasiado) al original, sabe aprovechar muy bien el nuevo ángulo que este remake da al personaje, y es que en esta ocasión la película hace explícito aquello que en la saga original sólo se intuía: que Freddy es un pedófilo. Esta idea por desgracia no es suficiente para quitarnos la sensación de que este Krueger no es tan amenazante como el original, algo a lo que se suma el físico más pequeño y menos imponente de Hailey, cuyo personaje queda en clara evidencia en una secuencia onírica convenientemente convertida en flashback en la que Freddy es ajusticiado por los padres de Springwood y en la que el villano se muestra como un ser profundamente débil y patético que termina siendo incluso una figura algo trágica. Es entonces cuando viene el problema porque se hace muy difícil creer que ese Krueger se convirtió en el monstruo que mata a los chicos en sus sueños, e incluso detalles icónicos como la estética del personaje (guante de garras incluído) pasan a ser irrelevantes y su presencia una pobre concesión al fan.

Esto sería un mal menor si no fuera porque revela la que probablemente sea la mayor carencia de la nueva Pesadilla en Elm Street: haber dejado a un lado aquello que realmente hacía único a Freddy. Porque el personaje creado por Wes Craven es más que simplemente un fantasma que mata en los sueños. Aquellos que hayáis visto la original recordaréis sin duda que una de las cosas más inquietantes de Krueger era que comenzaba de forma anónima y sutil como una voz en las sombras e iba cobrando corporeidad a medida que los demás creían en él. Es ese carácter de leyenda que cobra vida y existencia real a partir del Miedo lo que hace interesante al personaje, y algo que ni siquiera sus secuelas más cutres olvidaron. Aquí ese concepto está prácticamente ausente puesto que los únicos que conocen la "leyenda" de Freddy están del otro lado de la pantalla, y es esta autocomplacencia la que al final termina pasando factura a una cinta que para colmo está salpicada aquí y allá de una ocasional pobreza técnica en el lado digital (la imagen de Freddy dentro de las paredes es un efecto que está mucho mejor hecho en The Frighteners (1996), una película de hace catorce años) y sustos baratos como una escena que es un evidente plagio de Kairo (2001). Todo esto junto deja muy claro que este es un remake hecho con plena conciencia de un público que va simplemente a visitar de nuevo a un viejo monstruo visto a través de un prisma glamuroso y elaborado que, aunque pasable, es francamente innecesario.

martes, mayo 18, 2010

Reseña: Predator (1987)

Sí, así es, estamos reseñando Predator (1987). No perdáis vuestro tiempo (ni el mío) intentando argumentarme que no es una película de terror. Contentaos con saber que estamos reseñándola principalmente porque nos permitirá adentrarnos en la tercera entrega que se estrena precisamente este verano y, además, en cierto mashup del que ya tendremos tiempo de hablar en otra ocasión. Pero hay más; en realidad, si nos atenemos a aquello que se nos presenta en pantalla, encontramos suficientes elementos de terror en esta película de John McTiernan como para incluirla en nuestro repertorio. De hecho creo que si no es normalmente asociada a este género es únicamente por la presencia de varios nombres asociados por lo general al cine de acción: aparte del ya mencionado McTiernan tenemos aquí a Arnold Schwarzenegger, Carl Weathers, Jesse Ventura y el guionista Shane Black, quien hace las veces de actor.

Pero dejemos de lado las discusiones supérfluas de géneros y centrémonos en lo que importa. Evidentemente, Predator es una película sobre la que se ha escrito ya mucho y probablemente no puedo decir nada que no sepáis ya sobre ella, así que me limitaré a hablar de qué es lo que la hace interesante para mí. Creo que el principal punto de interés que tiene reside en un concepto que fácilmente divide la película en dos partes muy diferenciadas pero a la vez tremendamente efectivas; todo el primer trozo, en el que un escuadrón de comandos especiales es enviado en una misión secreta contra un grupo guerrillero en una genérica selva suramericana, parece sacado de una película muy diferente a aquella en la que se transforma luego. A decir verdad, una de las mejores cosas que logra McTiernan es resaltar la superioridad bélica de estos soldados, ante quienes los guerrilleros no tienen la más mínima oportunidad, lo que no hace sino evidenciar el contraste con la segunda parte en la que estos duros hombres de acción son diezmados poco a poco por un misterioso enemigo oculto en la selva que termina siendo una criatura de otro planeta que caza humanos por deporte.

La criatura, salida de las artes de Stan Winston tras una radical reinvención del concepto original, es fascinante porque se nos presenta sin ningún tipo de explicación. A pesar de que no hay ningún personaje en la película que sepa exactamente qué es el monstruo (que se mueve entre las teorías conspiratorias del personaje de Carl Weathers y la leyenda de la joven prisionera del grupo) el público logra tener atisbos de su cultura en elementos que parecen casuales pero que no lo son, como por ejemplo el código ético del cazador que le impide matar a aquellos a quienes no considera una amenaza. Es por eso que a medida que los personajes van muriendo y la película se va quedando cada vez más desprovista de diálogos, la verdadera esencia de Predator como relato de supervivencia se va haciendo más evidente. En este sentido, lo mejor de la cinta es su secuencia final, en la que el personaje de Schwarzenegger desafía solo y desarmado al monstruo en una lucha que tiene mucho de ritual y en la que por fin Dutch, el líder del comando especial que tanto castigo ha repartido en la primera parte, se enfrenta a un enemigo que le supera.

Este derroche de testosterona de una secuencia antológica (recordemos que esto fue en 1987, cuando Arnold estaba en el punto más alto de su carrera como estrella de acción) es lo que sin duda se recuerda más de Predator, aparte de haber logrado crear uno de los mejores monstruos que el cine ha tenido, acompañado por la música de Alan Silvestri que todavía hoy es asociada irremediablemente con la historia de estos cazadores intergalácticos de fornido aspecto humanoide, con pinta de demonios enmascarados y que despellejan humanos para coleccionar sus cráneos como trofeos. Y encima preguntamos dónde están los elementos de terror.

domingo, mayo 16, 2010

Reseña: Cold Prey (2006)

Si por algo es significativa Cold Prey (2006) es porque su considerable éxito comercial propició un repentino interés dentro del mainstream por el moderno cine de terror noruego, prácticamente desconocido a nivel internacional por el público de masas. No es que sea la mejor representante de la filmografía de terror de este país, principalmente porque resulta demasiado convencional y muestra pocas ganas de salirse de los lugares comunes más manidos de los slasher films, pero no es menos cierto que de todos estos recientes ejemplos de terror nórdico, es el que probablemente tenga mayores posibilidades de convertirse en una saga tan prolífica como sus congéneres del otro lado del Atlántico.

Del resto, la verdad es que estamos ante el enésimo ejemplo de un grupo de jóvenes que se van de fin de semana (esta vez a hacer snowboarding) y de repente quedan aislados en una locación apartada del mundo (en este caso un hotel abandonado en medio de las montañas nevadas), sólo para ver cómo empeora su situación al empezar a ser presas de un misterioso asesino que acecha el lugar y no parece tener en mucha estima a los intrusos. Como siempre ocurre en estos casos, el psycho-killer de turno forma parte de una oscura historia del pasado del hotel con aires de leyenda negra, aunque este es un tema en el que no se ahonda mucho. De hecho es curioso que a lo largo de todo el metraje no se nos explica quién es el asesino, cuales son sus motivaciones para matar o cual exactamente es la historia del misterioso hotel en el cual los protagonistas se encuentran. En vez de eso, Cold Prey decide hacer énfasis en las jóvenes víctimas y en la ridícula sensación de seguridad que parecen tener a pesar de hallarse en un sitio altamente sospechoso. Eventualmente (quizás tras demasiado tiempo) empiezan a morir uno por uno, y a pesar de que en muchas ocasiones la historia está relatada con cierta clase, todo en esta película, incluso la violencia, es de manual y no toma ningún riesgo en cuanto a argumento ni impacto. Parece más bien como si sus responsables simplemente hubiesen querido demostrar al mundo que podían hacer una película de terror con todos los elementos que se supone debe tener.

La verdad es que Cold Prey me lo pone difícil; es poco lo que puedo decir de ella, ya que aparte de las locaciones nevadas, todo lo que sucede lo hemos visto literalmente cientos de veces. Cabría si acaso mencionar que con todo y su medianía es capaz de presentar sus arquetipos de manera eficiente, desde el descomunal asesino (quien tarda un tiempo inexplicablemente largo en ser revelado) hasta la guapa chica protagonista que habrá de enfrentarse a él en un duelo final. De todas formas es todo tan obvio y en el fondo tan inofensivo que francamente no entiendo el abultado número de críticas positivas que la película se ha granjeado (quizás me pierdo de algo aquí) más allá del hecho de ser una curiosidad proveniente de tierras europeas con una factura técnica un tanto superior a la media. De todas formas, si lo que se desea es catar ejemplos de slasher y survival horror europeos, hay decenas de ejemplos recientes que me parecen valen la pena muy por encima de Cold Prey, no sólo en cuanto al componente de terror sino también en cuanto a tomar riesgos con aquello que planean contar.

Al final creo que el auténtico mérito de este cuento noruego de asesinos yace en las posibilidades (evidentes en el sonado éxito que ha tenido) de convertirse en una saga de esas que lanzan secuelas cada cierto tiempo. Esta primera parte sin embargo se queda bastante corta en ambiciones y en posibilidades de explotar sus elementos de slasher, que estarían mucho mejor aprovechados en su secuela de un par de años después, una película mucho más sencilla pero al mismo tiempo más intensa de la que hablaremos en otro momento. Esta sería recomendable únicamente como una curiosidad cuyo gusto se desvanece pronto una vez que nos damos cuenta de que no piensa ir más allá de sus esquemas más repetidos. Y por cierto, curioso también es el subtítulo que le pusieron en España: Fanáticos del snow. Me pregunto si será para atraer como público potencial a, que sé yo... ¡los fanáticos del snow! Como estrategia comercial me parece muy triste.

viernes, mayo 14, 2010

Tres tristes trailers 29


A riesgo de cualquier tipo de comentario, debo decir que el trailer de Resident Evil: Afterlife luce mejor de lo que yo jamás hubiese podido esperar, esto viniendo de una saga de la que yo, particularmente, sólo rescataba la primera parte y parte de la segunda. Ahora, esta cuarta entrega parece venir con todo lo que podemos esperar, desde una Milla Jovovich hipervitaminizada hasta el ya inevitable recurso del 3D que incluso hace ostentación en el avance de usar las cámaras ya patentadas por James Cameron para Avatar. Sin embargo, a nosotros lo que nos llama más la atención (y lo que nos hace en definitiva dar el visto bueno, de antemano, a esta secuela) es el regreso como director de Paul W.S. Anderson, artífice de la primera parte y que por fin vuelve a hacerse cargo de su criatura tras haber dejado las dos secuelas anteriores en manos que no supieron llevarlas a buen término. Es la presencia de este hombre (que con el tiempo me ha hecho arrepentirme de todo lo malo que dije alguna vez de él) lo que nos hace pasar por alto otra realidad innegable: que todos los anteriores avances de la saga de Resident Evil terminaban siendo mejores que la película.

Y siguiendo con lo del 3D, ya falta menos para el estreno de Piraña, nueva versión de la cinta de 1978 dirigida por Joe Dante y que esta vez tendrá como director a Alexandre Aja en lo que es hasta ahora su tercer remake desde que llegara a Hollywood. El avance, aparte de revelarnos el más que evidente énfasis en los abusos CGI de las pirañas (que por razones de presupuesto eran poco más que sugeridas en la película original) muestra, por fortuna, los primeros atisbos de un desarrollo humorístico que echa mano de Christopher Lloyd en su natural papel de mad doctor y de Richard Dreyfuss parodiando su propio personaje de Tiburón. Todavía no sé qué pensar acerca de esta versión teniendo en cuenta que las razones por las que me gusta la original son diametralmente opuestas a lo que Aja puede darnos aquí, pero al menos la idea de pirañas prehistóricas asolando un resort lleno de jovencitas es lo bastante lúdica como para asegurarnos de que no tendremos por fortuna una película demasiado seria.
Y como siempre, dejamos lo más curioso para el final. Los más veteranos visitantes de esta página recordarán que en otro momento comentamos algo sobre la película The Call of Cthulhu, una curiosa cinta realizada por la Sociedad Histórica H.P. Lovecraft (un grupo de entusiastas lovecraftianos que comenzó como un club de juegos de rol) con las técnicas y el estilo del cine mudo. Todavía no hemos realizado una reseña de dicha película, y ya se va haciendo tarde puesto que se nos viene encima la nueva producción de estos señores, titulada The Whisperer in Darkness, basada en el cuento homónimo del autor de Providence y esta vez siguiendo los patrones estéticos del cine de terror en blanco y negro de los años treinta y cuarenta, teniendo por supuesto a la Universal como principal inspiración. La película tiene una pinta un tanto más amateur que la primera al quedar mucho más evidenciadas las limitaciones del proyecto, pero no nos engañemos: será vista con celeridad.

miércoles, mayo 12, 2010

Reseña: Sorority Row (2009)

Entre las muchas reseñas que se nos quedaron en el tintero el año pasado tenemos este curioso remake de The House on Sorority Row (1983), que muy previsiblemente pasó sin llamar mucho la atención, aunque con un poco de suerte habrá animado a algunos a echar un vistazo al original, que desde aquí recomendamos ampliamente. En el caso de esta nueva versión, la verdad es que más allá del planteamiento inicial no tiene mucho que ver con su antecesora, siendo por el contrario más cercana en intenciones a los slasher juveniles de finales de los noventa como Sé lo que hicísteis el último verano (1997), con la que comparte incluso una premisa muy similar: un grupo de jóvenes universitarias gasta una broma pesada que se salda con un cadáver y luego son acosadas por un misterioso asesino que parece conocer su secreto.

Dicha premisa también era el punto de partida de la original, pero aquí el tratamiento es distinto: entre la muerte que desencadena todo y la llegada del psycho-killer hay un plazo de casi un año, lo que crea en el grupo una descomposición más similar con la anteriormente citada película de Jim Gillespie. La diferencia en todo caso está en que esta Sorority Row (2009) es mucho más osada en varios aspectos que la elevan al menos un poco (no demasiado) por encima de aquellas inofensivas historias de carniceros incógnitos. Una de las cosas que me gustan de esta película, por ejemplo, es que va al grano, ya que toda la premisa de la broma que sale mal y las amigas que juran guardar el secreto es algo que se resuelve en los primeros quince minutos de metraje, ahorrándonos largas e innecesarias exposiciones y pasando directamente a lo bueno. Me gusta también que la película nunca renuncia al humor; constantemente hay chistes, incluso en las escenas de mayor tensión y supuestamente más serias. Y a diferencia de lo que suele ocurrir con este tipo de producciones, no huye de sacar risas a costa de las guapas protagonistas, sino todo lo contrario.

Este interés en la humillación del grupo de chicas es interesante también porque deja bastante clara la condición de fantasía misógina que destila Sorority Row. El tono sexual de dominación sobre las mujeres del que hace gala la cinta está muy marcado, no sólo por el regodeo bastante evidente en el físico de las chicas, sino también por el nada casual hecho de que todas las víctimas mueren penetradas violentamente por la boca, algo que ciertamente termina convirtiéndose en poco menos que un running gag pero que sin embargo calza con el tono abiertamente despreciativo que la película tiene para con sus personajes, inmersos en un relato profundamente moralista (aunque sea de una moral un tanto perversa) en el que la mayoría de esas "zorras" mueren porque lo merecen. El discurso misógino es algo que ha estado presente en este subgénero prácticamente desde sus inicios, pero aquí es tan evidente que quiero creer (espero al menos) que se trate de una parodia.

Aparte de estas consideraciones la verdad es que la película, sin llegar a ser tan mala como se podría pensar, no es muy destacable. No tiene el estilo tan marcado de la original, y se conforma en muchas ocasiones con ser un producto mucho más genérico diferenciado de sus congéneres sólo por ser un tanto más violenta y tratar a sus personajes de una peor manera. Los elementos de whodunit no son tampoco tan efectivos; la identidad del asesino está cantada casi desde el principio ya que hay pocos personajes que calcen con su perfil. Encima la estética me desagrada mucho, puesto que es de esas donde la cámara nunca se está quieta en un intento de parecer más intensa (no lo es) y Rummer Willis, hija de Bruce Willis y Demi Moore y una de las más publicitadas presencias de la película, tiene un papel mucho más marginal de lo que se esperaba y encima no sale tan atractiva. Menos mal que esto queda bastante compensado con la espectacular chica protagonista, a la que espero volver a ver en otra ocasión en algo mejor que esto.

lunes, mayo 10, 2010

Reseña: Feast 3 (2009)

Feast 2: Sloppy Seconds (2008) tomó un camino arriesgado en lo que a secuelas se refiere para dinamitar en forma de parodia todo aquello que habíamos admirado de la primera parte. Entiendo por eso que mucha gente no haya podido apreciar el humor y la socarronería con que John Gulager echaba una mirada no exhenta de cierto cuestionamiento hacia su propia obra, algo que quedaba (quizás) malogrado por un final ya no abierto sino directamente abrupto que parecía interrumpir la trama sólo para hacer esperar al público un año antes de presenciar su final en Feast 3: The Happy Finish (2009), que es de la que hablamos hoy. Tanto es así, que fácilmente podríamos decir que estas dos secuelas forman una sola película partida por la mitad, si no fuera porque esta tercera parte tiene un tono que se siente como un marcado cambio con respecto a su antecesora; Feast 3 es de hecho mucho más alocada y descabellada que la segunda parte, pero por paradójico que suene, es también consecuencia lógica de esta. Las dos forman una dupla inseparable, es inútil hablar de una sin hablar también de la otra.

El argumento parte exactamente del mismo lugar en que quedó la segunda entrega, con nuestros "héroes" acorralados por los monstruos y emprendiendo la huída antes de que las fauces de las criaturas se cierren sobre ellos. Quien piense que esta vez la cosa tomará un respiro y sabremos más de los personajes, está muy equivocado; John Gulager no parece estar muy interesado en profundizar sobre aquellos seres que está desmembrando, e incluso la película introduce alegremente personajes nuevos y los despacha en pocos minutos, eso sí, siempre de una forma muy jocosa. Esto hace que sucedan aún muchas más cosas que en la película anterior, a cada cual más disparatada. Con todo y eso, las situaciones no son tan crueles como en la película anterior, sino más bien dadas a una locura graciosa. Personajes como el profeta o el joven expero en artes marciales son buena muestra de ello. Todo el resto parece un intento por parte de John Gulager de desorientar al público sacándose de la manga situaciones inesperadas como un monstruo híbrido y una horda de mutantes de alcantarilla, por no hablar de ese final.

Es precisamente todo ese tramo del desenlace el que causa mi parcialidad hacia Feast 3 y lo que para mí justifica no sólo la intención paródica de estas dos secuelas sino incluso la trilogía entera. Evidentemente es una cinta mucho menos redonda que la primera parte, pero también es cierto que es mucho menos convencional, y al contrario de lo que ocurría en la segunda película, la falta de conexión entre sus escenas tiene mucho más sentido al ser esta una trama en la que cada situación eleva los grados de irracionalidad y consigue crear una historia abiertamente cómica incluso en medio de tanta masacre. Y lo mejor de todo es que sabe mantener el mismo juego de sus dos antecesoras y salir airosa; en Feast 3 no se puede decir abiertamente cual personaje morirá y cual vivirá, ya que la trama está constantemente jugando con nuestras expectativas y casi siempre logra sorprendernos.

Todos estos elementos y sobretodo el ya muy comentado final (aparte de una de las mejores secuencias de crédito finales que he podido ver últimamente) hacen que muy probablemente esta película no sea del agrado de aquellos que esperaban una creature feature más seria, pero aquellos a quienes haya gustado Feast 2 tienen sobradas razones para asistir a este divertidísimo despropósito para que les den su doble ración. Pero es que también aquellos que se hayan sentido decepcionados con la segunda parte cambiarán su apreciación de la saga en general una vez que vean esta tercera, ya que las intenciones de Gulager son mucho más claras y el hecho de que la película cierre su arco argumental deja una sensación mucho mejor que aquella interrupción con la que terminó la anterior entrega. Todo parece indicar que hasta aquí llega la saga de estos monstruos, aunque incluso desde el año pasado ya hay rumores de una posible cuarta parte, que francamente no sé a donde nos puede llevar.

sábado, mayo 08, 2010

Reseña: The Shock Labyrinth 3D (2009)

Tras volver a su Japón natal, y a la espera de la tercera y última parte de su saga Ju-on, el director Takashi Shimizu nos trae su último trabajo, titulado The Shock Labyrinth 3D (2009), una curiosa historia de fantasmas que ha sido publicitada como la primera película de terror japonesa que echa mano del ahora generalizado recurso del 3-D. Independientemente de la veracidad de esta afirmación (algo que reconozco no me interesa demasiado) lo cierto es que estamos ante la que probablemente es la cinta más comercial de Shimizu, algo evidenciado en el hecho innegable de estar dirigida principalmente a un público joven. Pero aunque no sea tan oscura y deprimente como las historias de Kayako y Toshio, sigue siendo sin embargo una cinta muy recomendable y un trabajo que para nada abandona las constantes formales de este director, con todo y su apoyo en artificios aparentemente muy ajenos al resto de su filmografía.

El argumento es una estructura muy conocida: un grupo de amigos juegan dentro de la "casa del terror" de un parque de atracciones cuando una de las chicas desaparece misteriosamente sin dejar rastro, sólo para reaparecer (en circunstancias igual de misteriosas) diez años después, cuando todos los niños han crecido. La chica no recuerda qué ha pasado ni donde ha estado durante esa década, así que el grupo decide regresar al lugar donde empezó todo. Lo que sigue es un festival de horrores surrealistas una vez que los chicos se hallen prisioneros en un lugar donde las reglas de la lógica no parecen tener mucho asidero. Es precisamente este desborde de imaginación visual lo que hace atractiva la película y lo que termina por desvincularla de la filmografía pasada de Shimizu, ya que el resto de los temas de este director están presentes, desde las venganzas de ultratumba, el desfiguramiento del cuerpo y los juegos temporales, sólo que esta vez no tenemos la narración desordenada que caracterizaba a las entregas de la saga Ju-on, sino que son los mismos personajes los que parecen moverse en una paradoja espacio-temporal.

Decíamos arriba que The Shock Labyrinth 3-D estaba dirigida a un público juvenil, y esto se nota no sólo en que el tratamiento del horror es menos intenso que en la obra anterior de Shimizu (si bien la película no carece de imágenes inquietantes) sino también en su estética colorista y el carácter abiertamente festivo y lúdico de su atmósfera, una aparente jovialidad que se acerca a una visión infantil (y precisamente por ello cruel) de la muerte. No es para menos ya que la atracción donde transcurre la película existe: se trata del "Labyrinth of Horrors" del parque Fuji-Q Highland, una de las mayores atracciones de casas embrujadas del mundo. La mayor parte del protagonismo de dicha atracción se dispara ya en la secuencia final, y a pesar de que en papel pueda parecer poco más que un simple patrocinio, la verdad es que la película nunca deja de contar su propia historia y sabe aprovechar la locación del parque sin hacer que sus personajes pierdan relevancia, ya que pese a todos estos detalles, el concepto del público que se pierde en el espacio y en el tiempo es ambicioso, tal y como muestra la muy recomendable página web de la película, que por desgracia esta sólo en japonés.

Ahora, no todo puede ser tan perfecto. El principal problema que le veo es que con todo y su arriesgada propuesta estética, el elemento del 3-D no está lo que se dice muy bien aprovechado. Yo tuve la oportunidad de ver la película en un cine con todo y las gafas, pero aparte de un par de ocasiones y algún que otro momento donde el efecto de profundidad era más que notable, la verdad es que el gimmick de las tres dimensiones no otorga a la película nada que no hubiese estado presente antes. Sin embargo, independientemente del 3-D, creo que verla en una sala tiene su recompensa en cuanto a la ya mencionada desorientación que constituye parte esencial de la propuesta. The Shock Labyrinth 3D no pasará a la historia como lo mejor de Shimizu, pero como muestra de terror juvenil es francamente interesante, y facilita un juego estético con el espectador envidiable. Abstenerse, eso sí, detractores de la obra de este director o del cine de terror asiático en general, porque esta no será la película que les hará cambiar de opinión. En todo caso, no hemos ocultado aquí nunca nuestra parcialidad hacia la obra de Shimizu como perfecto malabarista entre la concesión a los gustos del público y el apego su propia visión como artífice del horror, y esta es una película que nos confirma el por qué.

miércoles, mayo 05, 2010

Tras la cámara: directores de "Pesadilla en Elm Street"

Wes Craven
Responsable de: Pesadilla en Elm Street (1984) y La nueva pesadilla (1994)
¿Quién? Honestamente, dudo mucho que alguien que esté leyendo este texto no sepa quién es Wes Craven, aunque sea por el hecho de que ya le hemos dedicado unas líneas en otra ocasión, motivo por el cual no vamos a extendernos mucho aquí. Craven es no sólo el padre y creador de Freddy Krueger sino también uno de los últimos grandes autores de cine de terror de los ochenta y noventa que siguen en activo. Es también el único que ha dirigido más de una entrega de la saga, y de hecho sus dos películas sirven de marco a una historia que él en lo personal nunca deseó ver convertida en franquicia. A pesar de que la primera Pesadilla... sigue en mi ranking personal como su mejor película, Craven es también recordado por haber dado al género de terror otras obras como La última casa a la izquierda (1972), Las colinas tienen ojos (1977) o Scream (1996), aparte de otras menos populares pero muy reinvindicables como Shocker (1989), a la que pronto hemos de dar una visita. Su nueva película, My Soul To Take (2010), espera estreno este año.
Jack Sholder
Responsable de: Pesadilla en Elm Street 2 (1985)
¿Quién? El nombre de Jack Sholder puede pasar desapercibido en medio de otras personalidades que nombramos aquí, lo cual sería una injusticia teniendo en cuenta que gran parte de su obra ha estado enmarcada en el género de terror desde su primer largometraje, Alone in the Dark (1982), un thriller con Jack Palance a la cabeza del reparto. Aparte de la segunda entrega de la saga de Freddy Krueger, Sholder tiene en su haber piezas más modestas como The Hidden (1987), Natural Selection (1995), Wishmaster 2 (1999) o la para mí muy disfrutable Arachnid (2001), una de las nueve películas de la difunta Fantastic Factory de la que prometo hablar pronto (en verdad). También ha dejado su firma en trabajos de terror para la televisión como episodios de Cuentos de la cripta o la fugaz serie de Tremors.
Chuck Russell
Responsable de: Pesadilla en Elm Street 3 (1987)
Aún si no os suena el nombre de Chuck Russell, seguro lo harán sus películas, o al menos deberían porque casi todas ellas son bastante conocidas dentro del mainstream. Aparte de la que es sin duda la mejor de las secuelas de Freddy, Chuck Russell es el director tras el remake de The Blob (1988) y ese dramón demoníaco con Kim Bassinger conocido como Bless The Child (2000). Fuera del género de terror se le conoce como el responsable de La máscara (1994), Eraser (1996) y El rey escorpión (2002), demostrando básicamente que puede abordar lo que sea. Actualmente escribe y dirige un mashup de Las 1001 noches titulado Arabian Nights (2011), que se estrena por lo visto el año que viene.
Renny Harlin
Responsable de: Pesadilla en Elm Street 4 (1988)
¿Quién? El director finés Renny Harlin es otro nombre bastante conocido y de hecho puede ser catalogado como uno de esos cineastas típicos de blockbuster que comenzaron a despuntar en los noventa (otro de ellos sería, por ejemplo, Roland Emmerich) y que presagiarían los excesos de sus colegas aventajados como Michael Bay. Harlin no siempre ha tenido la suerte de su lado en cuanto a taquilla, pero no se puede negar que lo ha intentado, ya que su prolífica carrera tras la cuarta entrega de Pesadilla... (uno de sus mayores éxitos comerciales) casi siempre ha estado ligada al género de acción, con películas como La jungla de cristal 2 (1990), Cliffhanger (1993) o Driven (2001), aparte de otras como la muy reinvidicable aventura de piratas Cuthroat Island (1995) y The Long Kiss Goodnight (1996), ambas protagonizadas por su entonces esposa Geena Davis. Harlin sin embargo no abandonó del todo el género de terror, aunque aquí ha tenido menos suerte con cintas como El exorcista: el comienzo (2004) o The Covenant (2006), así como con TRAX, un piloto para una serie de televisión que nunca se hizo realidad. Tiene sin embargo algo que me hace perdonarle todo, y es la película Deep Blue Sea (1999), la cual más os vale atesorar si es que sois gente de bien.
Stephen Hopkins
Responsable de: Pesadilla en Elm Street 5 (1989)
¿Quién? Otro de esos archiconocidos mercenarios de finales de los ochenta y principios de los noventa, a Stephen Hopkins puede que le haya tocado una de las secuelas pobres de Freddy pero al menos consiguió captar la atención de los estudios y asegurarse el puesto como director de Predator 2 (1990), aparte de otras entradas en el terror como Los demonios de la noche (1996) o la ya comentada aquí La cosecha (2007). También ha dejado su huella en la televisión al ser uno de los principales responsables de 24. Actualmente continúa en activo, pero no parece que vaya a volver muy pronto al género que le dio a conocer.
Rachel Talalay
¿Quién? A pesar de que la mayoría de sus créditos pertenecen al ámbito televisivo, Rachel Talalay tiene una carrera bastante larga como guionista y productora, rol este último que desempeñó en varias de entregas de la saga de Pesadilla..., cuya desastrosa entrega "final" fue su primer largometraje. Después de eso vino Ghost in the Machine (1993), una de esas películas que presagiaban (de forma bastante risible) los horrores apocalípticos de la era Internet (sic). Sin embargo, su cinta más famosa hasta la fecha sigue siendo Tank Girl (1995), una comedia futurista basada en el cómic británico del mismo nombre y que tiene su propio pequeño culto.
Ronny Yu
Responsable de: Freddy vs Jason (2003)
¿Quién? No volveremos aquí a mencionar las bondades de Ronny Yu puesto que ya fueron mencionadas en el post especial que dedicamos a los directores de la saga de Viernes 13. Cabe destacar solamente que de momento no vemos nuevos proyectos en la página de IMDB de este hongkonés, lo que es una lástima porque la carrera del hombre que nos trajo La novia del cabello blanco (1993) y La novia de Chucky (1998) merece continuar por muchos años más.
Samuel Bayer
Responsable de: Pesadilla en Elm Street (2010)
¿Quién? El elegido por Platinum Dunes para llevar a cabo el remake de Pesadilla en Elm Street tiene con este trabajo su primer largometraje, pero ya lleva detrás un abultado catálogo de videoclips realizados desde los noventa, entre los que se encuentran trabajos para The Cranberries, Garbage, Smashing Pumpkins, Blink 182, Green Day y Metallica. Habrá que ver finalmente si su imaginario visual logra trasladar algo de diversidad a una nueva versión que, a juzgar por lo que hemos visto, no parece estar poniendo mucho empeño en añadir algo a lo que ya hizo Wes Craven en 1984. Sin embargo, siempre hay esperanzas.

domingo, mayo 02, 2010

Reseña: Aliens (1986)

La secuela de un clásico es algo muy difícil de hacer con impunidad, y sin embargo, Aliens (1986) es considerada siempre como uno de los ejemplos en donde dicha osadía rinde sus frutos. De hecho reconozco (no lo digáis muy alto) que soy uno de esos que la prefieren a la primera parte, o al menos no sabría por cual decidirme. Pero la verdad es que, siendo justos, ambas son películas muy diferentes y efectivas dentro de sus respectivas intenciones, y si hay algo que ha caracterizado la saga de Alien y que siempre me ha parecido muy loable es que cada entrega, con todo y sus altibajos, ha sabido de alguna forma ofrecer algo distinto dependiendo del director que se haya hecho cargo de ella. Para esta segunda parte su responsable, James Cameron, acomete la sabia decisión de no intentar reproducir el esquema de terror de Alien (1979) y dar a su película en cambio un tratamiento más cercano al cine de acción, con marines espaciales claramente inspirados en la novela Las brigadas del espacio, de Robert A. Heinlein y echando mano de varios de los trucos estéticos aprendidos durante su trabajo en la producción de La galaxia del terror (1981).

Las diferencias de argumento y tono ya se notan en el título: si en la primera película había sólo una criatura, en esta ocasión son muchas, y la trama gira alrededor de la teniente Ripley, única sobreviviente de la Nostromo, que debe regresar al planeta original de los alienígenas para investigar la desaparición de una colonia espacial junto a un grupo de soldados armados hasta los dientes e interpretados por varios de los actores fetiche de Cameron como Lance Henrikssen, Jeanette Goldstein, Michael Biehn y Bill Paxton. Este tipo de secuela en la que fuerzas especiales se enfrentan a ejércitos de criaturas de las que en sólo había pocas en la primera parte es, por cierto, un modelo que se repetiría muchas veces en el futuro. Como ya mencionábamos más arriba, el ambiente de película de terror espacial con el monstruo moviéndose sutilmente entre las sombras se ha perdido al ya haber sido revelado el aspecto de la criatura, pero en cambio la idea de personajes moviéndose en terreno hostil hace de Aliens un western espacial de "cowboys contra indios" bastante efectivo. La idea de los monstruos que poco a poco transforman las ruinas de la colonia humana en un laberinto de paredes orgánicas enlaza no sólo con los diseños de H.R. Giger para las criaturas sino también expanden la mitología alrededor de los xenomorfos.

En todo lo demás Cameron construye una historia bastante sencilla en la que los personajes responden principalmente a arquetipos facilmente identificables pero para variar bien aprovechados: el duro lider del grupo (Biehn), el gracioso (Paxton), la tough chick (Goldstein) el lacónico androide Bishop (Lance Henrikssen, como siempre uno de los mejores del elenco) o el bastardo agente de la corporación Weyland-Yutani que, en una curiosa decisión de casting, está interpretado por el comediante Paul Reiser. Sin embargo, es la teniente Ripley de Sigourney Weaver quien realmente tiene el protagonismo en esta película, mucho más que en la primera entrega, alejándose esta vez de su rol de final girl y asumiendo el papel principal en un discurso de poderío femenino bastante inusual para la época y que ha convertido su personaje en un justo referente de grandes heroínas fílmicas. Es precisamente este subtexto el que desarrolla la relación de Ripley con una niña humana hallada entre las ruinas y que más allá de la típica trama de niño-en-peligro tiene una importancia vital para un personaje que resuelve en ella su incompleto rol de madre. La relación entre el héroe y el crío a quien debe proteger se siente genuina y está mucho mejor llevada que en su equivalente en otras películas, como por ejemplo Terminator 2 (1991), también de Cameron.

Todos estos componentes dramáticos, desde la huída del planeta infestado hasta el heroísmo desinteresado por la niña culminan en la ya icónica lucha final entre Ripley y la reina alienígena, una criatura cuya existencia en cierta forma contradice la mitología establecida por Ridley Scott en cuanto a cómo se reproducían los alienígenas, pero que francamente es tan increíble que no nos puede importar menos. Así que independientemente de que seáis de los que prefieren el más sutil relato tenebroso de la original o la lluvia de balas de esta segunda parte, Aliens es una película que todavía hoy me parece está entre las mejores cosas de un director que por aquel entonces se hallaba en los mejores momentos de su carrera, y muy lejos de sus concesiones y complacencias actuales.