miércoles, octubre 19, 2016

Reseña: Shelley (2016)

Nunca lo había mencionado hasta ahora, pero uno de los motivos de la escasez de actualicaciones que este blog ha tenido últimamente se debe a que, con el pasar de los años, mi relación con el cine de terror ha cambiado: mis gustos ya no son los mismos que solían ser, mi afán de completismo se ha reducido, así como mi tolerancia con cierto tipo de cine que por desgracia parece ser cada vez más común. Sin embargo, de vez en cuando soy capaz de encontrar alguna cinta que se sale un poco de esos esquemas y toca temas que me interesan a pesar de que en el aspecto formal se aleja un poco de la norma. Digo todo esto porque Shelley (2016), una cinta de terror danesa que tuve la oportunidad de ver este verano, es una muy buena película que merece ser vista y que muy probablemente no tendrá un pase comercial debido a aspectos puramente formales. Es una película lenta y poco efectista que se toma su tiempo, y sin embargo es fácilmente una de mis favoritas de este año por lo inquietante de su desarrollo y por su premisa de embarazos extraños, algo que en lo particular siempre me ha hecho sentir muy incómodo.

En esta película vemos a una pareja de adinerados burgueses que contratan a una chica rumana para que trabaje de criada en su cabaña perdida en medio del bosque. Desde el principio la cinta nos plantea a la pareja protagonista como personas privilegiadas que han decidido voluntariamente privarse de todos los lujos de la civilización como la electricidad, teléfono y agua corriente en favor de una vida sencilla, pero que requieren de ayuda debido a que la mujer está recuperándose de un aborto involuntario. Prácticamente todo el primer tercio del metraje se va en construir la relación entre estos tres personajes, sobre todo las dos mujeres, que desarrollan una auténtica amistad que llega a su punto máximo cuando la pareja pide a la joven criada, Elena, que acceda a llevar en su vientre al hijo de ambos. Es a partir de aquí cuando comienzan los elementos de terror, ya que durante sus meses de aislamiento en el bosque Elena comenzará a sufrir alucinaciones y experiencias que le demostrarán que su embarazo (y por lo tanto el niño dentra de ella) no es del todo normal.

Todo en la cinta apunta a que el embarazo de Elena no es sino la puerta de entrada a un horror oculto e inexplicable que, curiosamente, nunca se llega a explicar del todo más allá de las muy sutiles referencias a un Mal presente en el bosque y que ha terminado por apoderarse de la joven. Es un tema que está muy bien planteado ya que al igual que como ocurría en otras obras como El bebé de Rosemary (1968), la protagonista se encuentra realmente indefensa, acosada no sólo por la amenaza sobrenatural sino también por la mujer de la pareja anfitriona, que de repente empieza a ver a la joven como si fuese de su propiedad hasta el punto de querer dictaminar todos los detalles de su vida. Todo este conflicto va creciendo hasta su desenlace centrándose principalmente en el horror que todos intuyen que se acerca. Basta con tener en cuenta que el título de la película no se refiere a ninguna de las dos mujeres sino a la pequeña niña que está por nacer.

En el poco probable caso de que os encontréis Shelley en un cine, no la dejéis pasar. Probablemente no sea para todo el mundo y por momentos no parece una película de terror, pero a pesar de todo esto es sumamente inquietante y hacia su tercer acto se vuelve perturbadora como pocas historias que he visto este año. Me ha encantado sin duda.

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